Friday 3 January 2014

Pedro se ha ido




Pedro se ha ido, y su transición marca el fin de una época. Pedro era uno de los últimos auténticos campesinos andaluces. Fuimos vecinos durante más de 15 años cuando vivíamos en el campo, y este hombre que no había recibido educación formal alguna me enseñó tantas cosas que me siento honrada de haberlo conocido. Me enseñó cómo las fases de la luna influencian la siembra, las cosechas y los animales, cómo leer el cielo para saber qué tiempo haría, dónde, cómo y cuándo se debía plantar y sembrar...


El ritmo de su vida era el ritmo del mundo natural: la época de la labranza, la época de la siembra y de la cosecha. Araba la tierra, la suya y la nuestra, con un arado romano de madera tirada por dos burras. Con cada cosecha nos traía tomates, pimientos y patatas. Cada viernes, cuando amasaba su esposa Ana, traía pan hecho con harina del trigo que él mismo había cultivado y llevado al molino con la ayuda de las burras. El pan se horneaba en un horno de leña al lado de la choza. En verano me traía chumbos refrescantes ya pelados para que no me hiciesen daño las espinas. Cuando había poco trabajo en el campo recogía esparto y hacía cabestros para las burras y cintas que ponfue como consecuencia de decisiones tomadas por otros. l sin electricidad ni agua corriente. El agua la traado por dos burras. Cía alrededor de los quesos recién hechos.


Sus animales lo querían y lo seguían constantemente. Cuando pasaba de largo porque no las necesitaba para trabajar, las burras lo llamaban, y al atardecer lo seguían a casa. Sus perros eran compañeros constantes. No tenían una vida fácil estos animales, pero él tampoco. Ellos vivían como él; una vida sencilla y espartana reducida a lo esencial y cuando Paloma, una perrita blanca quería algún mimo venía a casa. Sin electricidad ni agua corriente, el agua la traía del pozo y ahí es donde Ana lavaba y tendía la ropa sobre los arbustos a secar.


Sin embargo, la lección más importante que aprendí a través de Pedro no me la enseñó él directamente sino que fue como consecuencia de decisiones tomadas por otros. Siguiendo la costumbre local, se sortearon las tierras para saber lo que iba a tocar a cada uno.  Pedro perdió la casita donde había nacido y las tierras que habían sido su vida, porque tocaron en suerte a la viuda de un hermano que vivía lejos y no había estado ahí en muchas décadas. A Pedro le tocó una casita en el pueblo y unas parcelas dispersas.


Entonces los hijos de Pedro, con la mejor intención del mundo, decidieron que ya había llegado la hora de que se jubilase su padre y se estableciese en el pueblo. Pero ¿cómo iba a resignarse al tedio de la vida en el pueblo un hombre que había vivido la vida entera en el campo donde siempre había algo que hacer?


Cuando lo fuimos a visitar en Navidades de ese año y pregunté por las burras, me dijo que se habían vendido. Se puso a llorar. Una de las burras había sido su compañera de vida durante 40 años. La luz se apagó en sus ojos y en realidad es entonces cuando murió Pedro. Cayó en una depresión y pasó siete años en la cama sin reconocer a nadie, aunque creo que reconocía las voces porque, cuando iba a visitarlo y le hablaba, levantaba una mano y giraba la cabeza hacia mí, aunque los ojos muertos y sin expresión no veían nada.


La lección mas grande de todas fue el valor de los animales en la vida de las personas que viven en comunión con ellos.  Pedro se ha ido, pero en realidad se fue hace mucho tiempo cuando le fueron arrebatadas sus burras.